Hubo un tiempo en el que no calculaba tanto. Confundía lo transitorio con lo real, el fondo con la forma – vivía en una obra de teatro. Eso exigía cubrir roles, y yo, en total ingenuidad, se los asignaba a quienes me rodeaban. “Tú vas a ser tal, tú tal, y juntos conquistaremos Broadway”… algo por el estilo. Nunca lo admití, menos verbalicé mis expectativas ante los demás.
Años pasaron, me mudé, vi cosas nuevas, obtuve claridad. Dentro de mis hallazgos, estaba la decadencia de mi mal llamado “magnum opus”. Los actores iban retirándose poco a poco, y el espejo ya no reflejaba a Lin-Manuel: reflejaba a Ramoncito, de dieciocho años, entendiendo apenas la verdadera magnitud de su soledad. Igual de iluminado que de triste, continué. Liquidé mucho talento, me quedé con pocos para trabajar por proyecto… ¿y aquel sueño en donde me saco la lotería social, y puedo ser tanto vulnerable como productivo con mis amigos? ¡Bien, gracias! Tan precoz fui al envisionarlo, que olvidé el factor “incompetencia emocional” – presente tanto en mí, como en otros.
Eso de necesitar algo sin saber sostenerlo, de ver cómo se cae todo lo que valoras en tu cara… híjole. Te deja acorralado. Para mí, hubo dos opciones:
- Prolongar la pantomima: Deny, deny deny! ¿Intenso, quién? Achicar horizonte, censurarme, “disfrutar” de los beneficios en ser un hombre fuerte más dentro del circo. Jugar en donde nunca podría ganar: una cancha que premia indiferencia, castiga mirada larga, y te mide por qué tanto “compartes” con los otros. Ser bien recibido, impulsado o visto pasaba a segundo plano… respetado ni se diga, pues siempre hay alguien superior a tí. Tanto en prosperidad, como en despotismo.
- Apostar por mi nombre: El apellido Thomas viene de Savoyeux, un pueblo estéril cerca de la frontera francesa con Alemania/Suiza. El apellido Godos existe gracias a unos marroquíes dudosos que, sin pruebas, convencieron a la nobleza española de tratarlos como descendientes de Don Rodrigo. Saquen sus conclusiones.
Siendo yo (desde siempre) mitad hambre y mitad cuento, me decidí por la segunda. No quise decepcionar al pobrecillo Don Rodrigo.
Mientras entendía el fracaso de mi primera obra… me obsesioné con rayar su script. Actos reimaginados, personajes cambiados, nada concreto. Conforme conocía gente nueva, más destrozaba el guión. ¿Este compadre es buen tipo, con todo y su mullet espantoso? Nuevo comic relief – de protagonista, ni de chiste. También se le deja en la obra bastardeada, a la buena no entra.
¿Saben qué es lo peor? La mayoría del tiempo, hay algo que justifica mis rayones. Pero eso no quita dos cosas.
- A su manera, todo personaje es importante.
- Estoy evadiendo crear otra obra.
Tal vez sigo demasiado asustado. Herido, inclusive. Continúo consciente de mis fallas: tengo un pésimo carácter, me duermo en las fiestas, y tiendo a elegir – dependiendo de mi día – burla o rumia sobre confrontación. Sin embargo, sigo pensando en mis héroes. Ya no en Lin-Manuel (qué hueva), pero si en todos aquellos que logran construir algo a pesar de sus limitaciones.
Ellos tienen algo en común: no evitan el roce con el otro, lo usan. Tiene sentido, pues la fricción lima tus aristas más incómodas. Sin saber exactamente cómo procederé, algo queda claro… esa idea no se irá de mi cabeza.
Bonito día.