La inercia actual, tanto exigente como atropellada, choca con todo lo humano. Por sobrevivir, uno habla como abanderado de su certeza… pero vaya, lo que saldría de mi boca (y de la de todos) si fuera honesto por un segundo. Supongo que para esto terminó sirviendo este espacio, ¿no? Para evitar ser tragado por la máscara.
Escribo con la esperanza de no dejar morir mis dudas. La incertidumbre, ahora más que nunca, merece retrato. Lo único que prevalece después de la pantomima, del discurso, de los adjetivos mal cultivados, son nuestras espinitas – atendidas o no. Parece haber poco o nulo valor visto en nombrarlas, lo cual siempre me ha parecido absurdo. Creo fervientemente en hacerlo de manera honesta, sin performance alguno: la vulnerabilidad implícita distingue al indulgente del responsable; al doloso, del torpe; al culpable, del aprendiz.
He aprendido a no esperar respuestas, a labrarlas conjugando mi mente con el estímulo externo de turno. Cada mini-certeza adquirida suma una capa extra a la armadura, una muletilla nueva, una idea que exponer. Así es el proceso de la mayoría, ¿no?: sufres, actúas, la cagas, aprendes, la cagas tres veces más… y un día conviertes eso en algo. No es lineal, sí es cíclico.
Estuve años desilusionado con mis entornos, por una obviedad – ninguno ofrece lo necesario para facilitar este ciclo en edad adulta. Mi cerebro sólo obedecía dos pilares, estos siendo “autenticidad y progreso” – claro, hasta que crecí un poco. Ya estoy advertido de los otros cientos de factores caóticos que constituyen una vida, entonces, no me pesan las imperfecciones externas. Esto da espacio, a lo que considero una de las preguntas más importantes para cualquiera:
¿Cómo voy a usar el caos?
Aún sin tener el más mínimo dolo, soy consciente de la abrumadora cantidad de errores que he cometido – muchos en nombre de la pendeja autenticidad, otros en aras del estúpido progreso. Pero también sé que nada está escrito en piedra – ni siquiera en los pilares.
Me sé capaz de evolucionar. Aún así, a veces parece que doy tres pasos adelante, sólo para luego retroceder dos millas. Todo me parece un espejo, y no uno particularmente cómodo. El mundo reacciona a mí, lo que basta para delatar defectos: dureza, hermetismo, empatía sin cauce. Nombrarlos libera… creo que más liberaría perdonarlos.
Tal vez, la respuesta esté en construir donde se me permita. Aunque da más miedo que seguir taladrándome, parece ser la única forma de continuar. Hoy me reconozco igual de incompleto que de honesto, y eso me basta.