El miedo a la verdad

The silence is the point.

Se dijo en Spaceman, la película de Paul Dano araña, lo siguiente: “the silence is the point”.

Aparte de enaltecer la fumada que estaba viendo en pantalla, la frase me dejó pensando. La misma peli resalta en algún momento lo humano en tenerle miedo a la verdad, y ahí fue donde conecté ideas. Para desglosarlas, primero he de contextualizar. 

Vengo de una casa muy intolerante a la “mamaduría” – no en el sentido austero ni hippie, sino por estructura. Por venir de historias en donde lo simbólico pesó, más nunca garantizó. La escuela, la red, la reputación – todos presentes aunque pequeños – eran capitalizables solo en medida de tu pragmatismo. Usarlas para presumir, como quién ostentaría unos Jordans en una pasarela Loro Piana, sugería entender poco o nada de tu vida. Y entender, según mi crianza, resulta fundamental tanto para conservar, como para construir.

De esto aprendí profunda contención. Conforme crecí, entré en varios shocks culturales al dar con que la mayoría de mis compañeros eran de “otro código”, uno donde el símbolo resultaba sagradísimo. Si bien convertí a muchos en buenos amigos, nunca jugué su juego – por miedo infantil y por ser malo jugando, no tanto por ser mejor persona. En retrospectiva, ahí vi validación mutua conseguida a través de estatus vago, lo cuál suena como una buena adolescencia, pero como una vida miserable. 

En medio de todo esto, callé e intuí – ni siquiera pensé. Tras años de universidad, ahora mi campo de operaciones está en otro lado. No es ni mejor, ni peor – sólo diferente. Aquí, ya se nota muchísimo lo que te falta. Y pensaba yo, la otra vez… ¿no es tiempo de abordar mi vida desde otro ángulo?

He cambiado muchísimo. Sigo medio cerrado, pero observo más, y – vaya novedad – ahora hay coherencia en lo que pienso. Entonces, mi lucha actual no es con mi entorno ni con mi mente, si no con mis costumbres. Con la contención que mucho tiempo me salvó, pero ahora me limita. Por ejemplo, antes no captaba el juego social por darle demasiado crédito a su complejidad. Hoy, ya conozco bien la única regla que lo sostiene: no mirar demasiado de cerca. Mucho tiempo ignoré esto, lo cuál es razón más que suficiente para mínimo barajar otras formas de existir.

Me encantaría transmitirles con fidelidad lo libre que te sientes al entender todo sin depender de nada. No puedo hacerlo. Lo que quiero compartir, es emoción por hacer. Aquella que, si es bien ejecutada, termina llenándote como nada. Y para llegar a sentirla no es necesario “entender sin depender”… solo se requiere una pizca de coraje en un mundo estructurado para temerle a todo lo cierto. Se los digo yo, cagado de miedo, pero cada vez más sediento de verdad.