Hay dos mundos. O bueno, en realidad más – muchísimos más. Pero según yo, los que estoy a punto de describir son visibles ante cualquier par de ojos.
El primero es el ideal. El de la “in crowd”. Creces perteneciendo, o queriendo pertenecer a él, y en las edades más tiernas resulta idílico. Ser popular de chiquito se siente como ser una micro celebridad, y no serlo se siente como si estuvieras condenado a convertirte en Don Señor Prof. NADIE, PhD. Al segundo lo llamo el de los “leftovers” – pero no porque equipare a todo lo que caiga dentro de él con una sucia sobra, pues luego se segmenta, y los subgrupos resultantes son alienados o bienvenidos al primero por mera compatibilidad. Su nombre se debe al hecho de que inicialmente representó una no hegemonía – sus fundadores fueron los niños que no se sabían peinar, los que no la daban para el fut, y los que se pasaban de buena onda. Su idea fundacional es servir de opción para todo aquel que no haya encontrado inmediatamente un lugar en el pico de la cadena alimenticia.
Padrísimos conceptos. Excepto que, conforme se crece, se descubren algunas verdades. Descubres que la cadena alimenticia es manipulable, pues no es solo alimenticia, y que la dicotomía de “ser una celebridad, o no ser nadie” es demasiado simplista para vivir cualquier vida, incluyendo a la del sujeto menos sesudo que conoces. Por lo menos en ese orden fueron mis descubrimientos, a los cuáles no les veo nada de especial. Debes de estar muy tonto como para llegar a la adultez pensando que la gente es igual de simple que sus etiquetas. Este artículo no trata de resaltar lo obvio, pues ya todos estamos familiarizados con el meme de “el nerd ya no se acuerda de ti” – se trata de señalar cómo influyen estos dos mundos en la vida de quienes juran haberlos superado.
He aquí otra verdad, quizás más incómoda que las anteriores: tanto la existencia temprana del mundo ideal, como del mundo leftover, no es de a gratis. Funge como reflejo de la configuración de la sociedad en la que se nació, y si bien tiene un margen de error gigantesco, hay ocasiones en donde da al clavo definiendo quién es quién. Por eso mismo, a pesar de que la vida cambia de jerarquías como de calzón, siempre asumimos como propios los rasgos que nos dió pertenecer a tal o cuál grupo, pues nos concentramos en la muestra de hechos que mejor lo legitima. Resulta fácil conformar tu identidad utilizando piezas que te ponen en la cara, independientemente de que estas tengan valor o no. Ahí es donde veo la oportunidad de construir algo, retomando la siguiente noción: hay una infinidad de mundos más. Pero son invisibles, pues cada uno de ellos habita solo dentro de quien se atreve a crear el suyo.
Honestamente, no creo que lo que necesitemos sea personas que se casen con plantillas. Le huyo a la idea de ver a más niñotes yendo por la vida alienando gente sin razón, encontrando confort en la autoindulgencia y evitando ver humanidad tanto en el acaudalado como en el desposeído. Si se pretende alcanzar un mínimo de mérito, es necesario comprender que nuestro abecedario da para armar más palabras aparte de depredador y presa. Hemos de inventar nuestras propias alternativas en solitud. Si son lo suficientemente buenas, llegará el día en donde logren moldear el entorno tantito más a nuestro antojo.