Lo nuestro es de nosotros

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Mi último día de clases fue el pasado 24 de noviembre – y yo no estuve ahí. Se apersonó mi versión mínima, venida a menos, a presentar un producto igual de correcto que de vacío. Seamos justos: a veces, ejecutar sin preguntar es una buena forma de autopreservación. Sin embargo, convertida en inercia… híjole. Nos despoja de toda dignidad.

A regañadientes, el mundo me da la razón. Por un lado, la moledora de carne exige acción sin propósito. Por otro, poco a poco mata la posibilidad de una buena vida godín – IA, le apodan a su machete favorito. En esa contradicción hemos de sobrevivir.

Me tocó ver desde egos frágiles, hasta miseria disfrazada de “mundo” o abundancia. Y como percibo mucho más miedo que malicia, elijo escuchar… pues yo también estoy asustado. No bluffeo – pero sí me retraigo, me protejo demasiado. Tanto de lo tóxico, como de lo que pasaría si neta dijera la verdad.

Dentro de todo este desastre, he descubierto un enorme poder en la contención. Llevada al extremo es peligrosa – bien usada, permea de significado a cualquier gesto que la rompa. Sólo falta un semestre para graduarme, y me he contenido más de lo que admito. Entonces, permítanme predecir lo que va a pasar.

Oráculo no soy, observador, más o menos. He notado dos malestares mayores:

¿Ceder o insistir?

En lo inmediato, cedo si toca – pongo buena cara, humor ad hoc, y modales reservados. En privado, me desvelo hasta las 3 de la mañana tratando de entender qué carajos está pasando. Esto empeora en días sin espacio alguno para la agencia propia, pues… ¿adivinen qué? Ceder sin insistir en lo tuyo – sea por contexto, miedo o costumbre – no es saludable. A uno se le olvida, pero al cuerpo no. 

El peso de lo ajeno 

Todos cargamos con algo, no obstante, existen entornos que diluyen una carga entre varios incautos. Esto lastima a muchos, quienes regresan ciegamente a la fuente de su dolor: un puñado de acuerdos pedorros sin hablar, hechos para eximir de responsabilidad al dolido original. Nada de mi casa me recuerda a esto… desafortunadamente, no puedo decir lo mismo de la universidad.

Mientras el mundo siga igual, estas fricciones permanecerán conmigo. Mi entrada al mundo adulto necesitará de una primera propuesta para enfrentarlas sin romperme – y esa es mi predicción. Mi verdadero anillo de graduación.

Aunque ninguna vendrá por inercia, pueden ocurrir muchas cosas bonitas en ocho meses… por ejemplo, estar. Esta vez de verdad. Hoy sólo puedo fantasear con ello, mientras me repito algo crucial: 

“Lo suyo, de ellos. Lo mío, de mí”.

Qué complicado es lo simple.