Bien, a lo que vine:
Antes de comenzar mi semestre, me propuse cumplir tres milagritos. Recientemente, cayó el primero. Veo delante mío un camino limpio, transitable y de gran oportunidad… lo cuál alegra muchísimo, pero también contrasta con mi rutina diaria.
Tal vez todo sea temporal. Tal vez, mis molestias influyen poco o nada en mi futuro. Sin embargo, voy por la vida correcto, contenido, como si lo que me pesara fuera nimio – y eso sencillamente no es cierto. En aras tanto de descarga, como de afinarme, hoy escribiré sobre lo que siempre callo.
Durante toda mi vida, he tenido pocos pares reales (la razón es multifactorial e irrelevante). Eso me obliga a mirar fuera: mis entornos han tendido a la cerrazón, y son abandonados por cualquiera con mínima visión. Formo parte de estos desertores.
Para mí, la universidad fue un teatro súper elaborado en el que participé de forma periférica. Los protagónicos que conocí, aunque tengan mi admiración, parecían depender demasiado de su público. Supongo que si llenas al Insurgentes de suficientes vitoreos, los actores pueden confundirlo con el Liceu. Yo… bueno, por historia familiar, crecí viendo una verdad incómoda: la excelencia real rara vez se celebra.
No puedo juzgar a nadie por evitar el vacío, yo mismo lo hago. Creo que mi incomodidad recae en lo alargado de esta pinche obra, que ya dio de sí. Y obvio, en la ignorancia de la mayoría, incapaz de concebir algo ajeno a sus jerarquías. La autoconciencia básica es excepción, el impacto tangible también. Las estrellitas en la frente, regla.
“Excelente” o no (maybe not), me siento invisible – más que nunca. La sensación se exacerba cuando decido hablar, quién sabe por qué. Trato de tomarlo como señal de crecimiento, pero siendo honesto, hay veces que el mundo me rompe. Noto a mi humanidad pasada por alto, y no sé qué hacer aparte de ser amable. Evito descuidar mi decencia: si lo hago, pasaré a perderlo todo.
El horizonte se abre… lejos. Veremos cómo se integra lo inmediato con lo venidero. Gracias por leer.
-R