Hace no mucho – un año, para ser exactos – la vida aún no me alcanzaba. Podía encontrar indulgencia rápida: disciplinarse parecía opcional, algunas mentiras daban comodidad, evadir era norma. Desde ahí arrastraba la maldición del “tuerto entre ciegos”… aquella que te da ojos para ver, lenguaje para nombrar, y luego procede a fracturarte las dos piernas.
De ser siempre “el que ve sin hablar”, pasé a ser “el que nombra”. Me tomó solo un par de años universitarios llegar ahí. Estaba cero advertido de mi evolución – la asumí como natural, incluso menospreciaba mis palabras. Con el tiempo, aprendí a teñirla de orgullo… y de un par de cosas más complicadas.
Mis últimos momentos en Querétaro los pasé igual de cansado que de aburrido. El telón estaba más que subido: no había misterio en lo absoluto. Seguramente resulté insufrible, no tenía empacho en gritar a los cuatro vientos lo que veía. Cada farsa, cada personaje, cada limitante fueron exploradas a fondo en aquellos días. Frases al estilo de “ah, y ese hombre de apariencia tan sabia es solo el hermano bastardo de Giménez Cacho en su primer rol” abundaban. Dormir parecía menos seguro que callar.
Para variar, recuerdo sentirme solo. Había terminado de comprender que muchos no tienen lenguaje propio, ni la disposición de encontrarlo. Bien por ellos – el raro siempre he sido yo. Saber eso me ayudó a gestar mi orgullo, aunque no por mucho. Mis dos piernas fracturadas me mantuvieron humilde.
Volviendo a la analogía del tuerto… ¿cómo es que regeneras un ojo? Imposible. Si no he conocido persona con dos ojos buenos, menos voy a creer en milagros. Hoy, siendo testigo del telón más difícil de mi vida, me veo obligado a utilizar mi vista para construir, no solo para observar. Ya duele demasiado hacer esto último.
Me gustaría decir que mi cansancio se alivió con la mudanza. A pesar de mis avances en otras áreas, creo que ahora está peor. Tal vez la respuesta esté en dejar las muletas y caminar como si mis piernas estuvieran bien. En la vida real eso sería una estupidez, pero en clave metafórica… meh, quizás funcione. Al final, lo que desgasta no es el esfuerzo, es la mirada.
Estoy increíblemente confundido. Espero haberlo plasmado bien.