Hoy, el telón baja: este es mi último día en Querétaro. Sí Xalapa formó, aquí fue donde aprendí a sostenerme – en la provinciota. Cámbiale un par de apellidos, quítale tantita industria, dos tres barras más en inestabilidad política, y tienes un Veracruz. Eso no resta atractivo ni a El Bajío, ni a los encantos de la estructura más seria que éste ofrece, por supuesto. Para un veracruzano baboso de 17, socializado en medio de la pandemia, no hubo mejor incubadora para todo lo que en Xalapa se trunca: proyección internacional, criterio real, sentido de jerarquía sin pretensión.
Vayámonos 4 años atrás. En mi primera noche, dejé adentro las llaves de mi departamento. A la segunda semana, intenté trapear por primera vez… digamos que no lo logré. Rápidamente, me frustré muchísimo al descubrir que el mundo no me estaba esperando.
Verán… estoy lejos de ser rico, sin embargo, crecí protegidísimo. La narrativa de mi casa era clara, consistente, de alto estándar tanto con sus integrantes como con el entorno que habitábamos. Ya fuera del nido, intenté seguirme comportando como en mi burbuja local, esperando atraer una realidad similar. Poco sabía yo, de lo indiferente que es todo cuando tu presencia no se acompaña de dos adultos que te quieren.
Entonces, me replegué. Pasaron meses, los cuáles ocupé para entender a fondo esta nueva verdad. Evité tajantemente los grupitos debido a mi cerrazón xalapeña, pero también por genuina honestidad. No me interesaba hacer comunidad con personas que evitaran preguntarse lo que a mí me quitaba sueño. Si bien hubiera valorado menos parálisis por prejuicio, lo cierto es que no cambiaría nada de aquellos inicios.
Cuando mi curiosidad le ganó a mi repliegue, me encontré con un mundillo muy diferente al que me enseñaron a buscar. Omitiré las razones… pero me quedé, advertido de lo eventual en mi partida. Aunque caótico, ese microcosmos fue el escenario que me vio aprender a verdaderamente llevar mi solitud conmigo. Antes me quedaba en el juicio, en el tartamudeo, en el miedo a incomodar – ahí, pulí la voz que ya tenía hasta encontrarle forma. Ritmo. Presencia.
Comencé a ver más gaps en mi forma… y oh sorpresa, la mayoría correspondían a la ambigua relación sostenida con mi bella, imperfecta Atenas Veracruzana. Me dediqué a llenarlos como pude, con lo que tuve enfrente, anhelando volver más contundente a mi presencia pública. Hace un año, me repetía como mantra: “soy lo que construyo, lo que elijo no hacer, lo que elijo cuidar”. Un par de eventos menores después, los demás ya lo sabían sin que yo se los tuviera que decir.
Gracias a la otredad, ahora conozco el nombre de aquello que siempre ha definido mi estadía en sociedad: lo que observo, y usualmente, lo que ignoran los demás. No tengo ninguna intención de hacerme más filoso al respecto, solo más responsable… pues entre tanto crecimiento, también hubo omisión. En algún momento de estupidez al empezar mi vida de foráneo, decidí que mi solitud no sería negociable hasta encontrar un “mundito chingón”. Supongo que me la cumplí, aunque dolió demasiado… lo suficiente para terminar mi evolución de niño que se protege, a adultillo pedorro en busca de verdad.
Parto con la paz de ver sentido en lo vivido. Auguro que mi nueva etapa me expondrá a más ensayos interesantes de munditos, y con ello, a más oportunidades de correspondencia saludable. Me quedo sin observaciones, solo con gratitud.
-RTHG, 22/06/2024