Muros abajo

The antidote for fifty enemies is one friend.

Estos últimos días, he sentido más cerca el futuro. La inercia se percibe distinta: llena de verdad, de todo lo que siempre percibí igual de inevitable que de lejano. 

Ya no tengo críticas importantes hacia mi entorno, ni energía para seguirle encontrando defectos. Hacerlo sería como querer encontrarle nuevas espinillas a la cara de algún adolescente con piel muy, muy, muy fea… o no sé, como volverse el Anton Ego de las diarreas verdes. No vale la pena.

En muchos sentidos, soy como un prisionero apenas dándose cuenta del verdadero material de sus cadenas: papel, no acero. Está padre, aunque – aquí entre nos – me siento medio estúpido por nunca intentar un escape. Simplemente las acepté.

Sucede que mi lucidez es tan vieja como yo… o, considerando lo que me cuentan de mis abuelos, tal vez algo más. Al menos dentro mío, surgió porque mi escuela demandaba lectura social fina: quién no la tenía, desarrollaba hambre de validación y se perdía al saciarla. La afilé primero en la prepa, luego en la universidad. A decir verdad, llegué extremadamente armado a Querétaro – por ello describo a mis cadenas como de papel, porque en mi caso, “saber” siempre fue sinónimo de libertad en proceso. 

También es sinónimo de soledad. Resulta dificilísimo moverse en un mundo lento, pues de adelantarte demasiado, el sistema te excluye en el mejor de los casos, te explota en uno intermedio, y te aplasta en el peor. En medio de apellidos huecos, historias mal contadas e imágenes infladas, me blindé mediante el infalible, cálido colchón de mis padres, y nuestra amistad simbólica con otros hijos históricos de la estructura. Hubo gente valiosísima a la que confié mi humanidad, pero no aliados a largo plazo. La misión al partir era clara: encontrar cosas mejores, generar verdadera empatía, trascender. 

Desde hace un rato, me pregunto si en verdad encontré algo mejor, o sólo se de ello. Sigo sin respuesta. Lo único que sé, es que seguiré expuesto a otras formas de existir – y que alguna de ellas, aunque sea una, me inspirará lo suficiente como para armar maqueta grande. 

Por ahora, las posibilidades apenas se asoman. Mi mayor responsabilidad será romper aquellas cadenas de papel cuando deba hacerlo – en palabras accionables, saber confiar en la certeza compartida, de cualquier índole. Para hacerlo solo se necesita dar más verdad que defensa. En vista de mi decreciente autoprotección, eso ya no solo suena plausible: suena inevitable.

Veo mis chistes de caca, mi ligereza aprendida, mi (gran) pelo… y me da enorme orgullo lo poco que estoy preocupado por calcular mis gestos. Eso es progreso, al menos para un sujeto que se fajaba sus camisas casuales a los trece.

Vendrá mucho. Yo continuaré mirando.