Continúo estudiando. Actualmente, traigo entre manos una concentración de cine. Son dos los temas que condicionan mi sentir al poner pie dentro de mi salón de clases, y los compartiré por aquí.
El primer tema corresponde a algo que bauticé como “el síndrome del observador insider”. No juzgo cruelmente, pero tampoco acepto – de hecho, hay un sentimiento general de descontento y profunda inconformidad. El anacrónico sistema que plantean como vía hacia la auto expresión genuina y la autonomía financiera, es lo que más me hace ruido. Sigo admirando al cine como siempre, pero últimamente, la maquinaria que lo sostiene se ha hecho evidente para mí: ésta justifica bajos salarios, valida por igual tanto a sicofantes de seso nulo, como a quién elige no crecer (alt manchilds where?), y premia discursos bonitos que contrastan curiosamente con el indigno, abusivo trato ejercido casi por default a los apasionados más incautos. Si te decides dedicar al cine sin proyecto, ni voz, ni autoestima… nadie te va a cuidar, aunque los portavoces de la industria prediquen empatía hacia los disidentes.
La pose moral molesta. Los proyectos de vida mediocres pero estetizados por mal llamada “cultura” también. Aquello que uno se lleva es la calidad humana de quienes deciden trabajar en conjunto por un resultado más o menos libre de todo lo mencionado con anterioridad – eso sí que inspira, aunque me temo, continúa existiendo dentro de un marco podrido que, en toda sinceridad, debería rehacerse desde sus cimientos. Podridos están la mayoría de los marcos, y por eso respeto a quién asuma este como su tortura indicada. La mía, queda claro, no es.
En fin, eso es lo que pienso. Pasando al segundo tema, claramente estoy igual de lúcido que de cínico. Eso afecta mi desempeño, mi ánimo, y mi presencia.
No estoy de lleno en la industria del cine, sólo tomé una concentración. A pesar de mi sensibilidad artística, preveo ejercer más como Draper, no tanto como Ruizpalacios… entonces, mi crítica es hecha desde un asiento de primera fila con vista a una industria que toda mi vida me inspiró tanto fascinación como duda. ¿Cómodo? ¿Privilegiado? ¿Poco resolutivo? ¡Si! Todas las anteriores. Ya sé, no me ensucio, pero hay algo que duele, pues creo profundamente en la humanidad. Amo a mis congéneres, con todo y la tristeza que acompaña mi natural distancia con algunos. Es sólo que aún carezco de propuestas – en estos momentos, no poseo más que diagnósticos, imperfectos como uno.
En fin, este tren de pensamiento aísla. Es lo que me vuelve inadvertido del entorno pero hiperconsciente de la farsa de fondo, al menos en sentimiento, demasiado similar a la vislumbrada aquellos últimos días en la escuela católica que me vio crecer. Una parte mía extraña montones abrirse… otra, es consciente de que ya casi no hay cómo. Una tercera, con mayor emoción que ansiedad, no puede evitar pensar en lo mucho por lograr, ver y experimentar.
Ánimo. La suerte está echada.