Hoy, repasamos un poco de historia.
Xalapa, finales de los 50. En la avenida Ávila Camacho se terminaba de construir un parque en honor a mi tía Elisa. Poco sé de su historia, aparte de que muchos años fue directora de la ahora extinta Escuela Industrial para Señoritas, y que crio a mi abuelo Gustavo.
Ingresé a la escuela Motolinía en algún momento del 2006. Entraba siempre por la puerta de Ávila Camacho, a escasos metros de un descuidado parque infantil que llevaba mi apellido. No pensé mucho de eso… hasta que llegó la preparatoria. Habiéndome cambiado a otra escuela, la distancia me hizo preguntarme si significaba algo. ¿Qué concluiría un externo sobre mí, si le contara acerca del parque? No lo sabía – no tenía cómo. Personas que me conocían de toda la vida aún confundían el apellido “Godos” con “Gómez”.
Continué con mi vida. Tras años de autodescubrimiento fuera del entorno cuadrado donde me formé, la pregunta no me abandonaba. Eso sí, tomó un sentido diferente. Rezaba: “¿Qué significa cargar con mi legado, cuando se dejó tanto para el mundo y tan poco para mí?”. Crecí privilegiado, vaya, pero no llevé la vida que se asocia a descendientes de personas con calles a su nombre, ni mucho menos a la de algunos beneficiarios de la Facultad. Poco lo podía ignorar, en especial al notar que a diferencia de algunos amigos, yo no tenía chofer. Pobre de mí.
Eso corría por mi mente cuando estaba por graduarme de prepa. Aún continuaba sin esbozar una respuesta. Lo único que sabía era que municipio se equivocó al renovar la placa de mi tía: su nombre era Elisa Alarcón Godos, y la placa que pusieron decía Elisa Cervantes Godos. Evité darle atención. Querétaro estaba a la vuelta de la esquina.
Ya pasaron tres años. Escribo esto durante mi visita de invierno a Xalapa. El tiempo me dió una respuesta: mi legado es un trampolín. Eso implica varias cosas. Sugiere que haber heredado ese capital cultural me da ventaja, que es testamento de mi potencial, que mi movilidad social no depende de si nací en un campo de golf, etcétera. En fin, conmovedor. Me siento orgulloso de haber avanzado en el tema, sin embargo, ahora contemplo mil incógnitas más. Estas corresponden a la acción. A cómo traduciré mi ahora fuerte sentido de identidad en un patrimonio.
El aspecto económico no está resuelto, más no me atormenta. Sé que allanaré el camino. Lo demás – concerniente a relaciones, obra y legado, es lo que ha de ocupar mi raciocinio en los años venideros. Ahí hay verdadera oportunidad de romper con moldes para hacer algo propio.
En 2025, la capital del país me verá llegar. Tengo algunas ideas para probar en nuevas ligas, y pocas certezas sobre mi actualidad. Compartiré estas últimas: la mayoría de mis amistades ya peakearon hace mucho tiempo, sigo afinando un cortometraje de mi autoría, y el parque de Elisa Godos está más decrépito que nunca. Todo apunta a que es tiempo de construir.
Feliz año.