Gabriela Couturier escribió un libro basado en la llegada de su familia desde Thônes a San Rafael, Veracruz, misma colonia que habitaron los Thomas. La contraportada es abierta con la siguiente pregunta: “A una persona, ¿cuántas veces se la puede arrancar de raíz, y esperar que siga viviendo?”
Sentí que la incógnita condensa bien una sensación heredada por mi parte inmigrante, y el apellido de su autora ayudó a que me proyectara todavía más. Se me quedó grabada por días, en los que traté de contestarla sin éxito alguno. Más temprano que tarde tome consciencia de que fue escrita para dar cara al sufrimiento de quién deja su patria por necesidad, y no como recipiente para las divagaciones metafísicas de un tipo que hace escasos días entendió lo que era una tienda 3B. Pero algo me llevé. Verán, independientemente de si fuimos antecedidos por un evento migratorio, todos al crecer experimentamos cómo se rompe nuestro mundito con relativa frecuencia. La frase fue una mera muletilla que deseché con facilidad al dar con lo que se escondía tras mi fijación… estoy terminando mi metamorfosis hacia la adultez joven. O como mínimo hacia el porte de una mente menos caótica.
Ahora, definir a un adulto joven podría tomarnos años. Pero como quiero llegar a inferencias concretas acerca del tema, me ceñiré a compartir mi humilde definición: alguien que no tiene miedo de quitarse la máscara ante el espejo, ver sus defectos, y elegir tanto autocomprensión como pragmatismo por sobre el reproche interno. Suena genial, pero internalizar eso no significa que te vayas a convertir en alguien infalible con su toma de decisiones. Lo que realmente implica, es hacer un compromiso para reestructurar o destruir sistemas de valores dentro tuyo en favor de un plan maestro. Su efecto sobre el mundo habrá de ser consecuencia directa del aprovechamiento de tus virtudes.
De esto se pueden sacar dos conclusiones principales:
- Mi infatuación con la frase de Couturier fue, al inicio, muy autoindulgente. Muy “pobre de mí, que nunca tuvo un lugar establecido en sociedad, y hasta la fecha es más camaleón que humano ante los demás”. Pero está bien, pues supe cómo manejarla. Sería reprochable (e inequívoca señal del advenimiento de Skynet) si fuera un autómata, pero soy un ser humano que experimenta regresiones como cualquier otro. Entonces, podemos decir que lo que separa a los adultos de los niños no es la desaparición de los sentimientos bobos, si no la capacidad de utilizarlos sana y consistentemente como fuerza constructora.
- El sobrepensamiento es un gaje del oficio para quienes tratan de comprender su entorno, debido a que surge cuando uno busca respuestas donde no las hay – error profundamente humano. A mi, por ejemplo, me atacó con este tema: hubo un pequeño lapso de tiempo en el que estuve tratando de aplicar un enfoque retrospectivo generacional súper extraño para atender a la interrogante. Sobra decir que todas mis conclusiones fueron categóricas pendejadas. Entonces, en vez de obsesionarnos con condicionantes anteriores, hemos de definir cuándo es que sabemos suficiente de nuestros posibles limitantes externos, y proceder a actuar con informada soltura. Al final, incluso en las peores condiciones, siempre existe una manera de enfrentar la vida con la cara en alto.
Esto me ha ocupado la mente los últimos días. Solo me queda esperar que lo aprendido sea tan universal y útil como pienso. Por otro lado, si tuviera que dar réplica a la mentada pregunta, diría esto hablando por mi sangre: pruébame.