¿Mi prepa? Un idilio. Estuvo lejísimos de ser perfecta, pero el universo social que habitaba me parecía manejable… plausible. El extraer valor de la gente se sentía como consecuencia de coexistir con ellos, y no como algo que activamente tuviera que elegir todos los días por sobre el aislamiento social.
Asumirte como universitario, para mí, se resume en este cambio de paradigma. Ya sea debido a la muestra “curiosa” de personajes con los que me ha tocado compartir aula, a mi carácter incisivamente prejuicioso, o al hecho de que la curaduría presente en cómo abordo mis relaciones es más matizada que nunca, lo cierto es que verme identificado con quienes me guardan compañía es algo que aún no logro. Claro – apreciar las peculiaridades de los demás ayuda, así como el evitar calificar sus outfits o la sofisticación de su vocabulario, pero llegar a estar en paz con la diferencia es un mero parche para el enorme vacío que deja la escasez de cercanía con quienes perfilas como tus semejantes.
Por ello el título del artículo. VER a alguien, en mayúsculas, siempre es complicado de manejar, y lo es el doble cuando te sientes VISTO al mismo tiempo. Para desarrollar me permitiré compartir algo que a estas alturas ya es evidente: no estoy acostumbrado a experimentar empatía orgánica con otros. Contados con los dedos de la mano tengo los momentos en los que me sentí conectado a mis grupitos de turno, así como los periodos de tiempo que me vieron tener la guardia baja ante más de dos personas externas a mi primer círculo. Cosas como mi personalidad, o la jerarquía de valores específica bajo la cuál se me crió, me sirven para explicarme esta escasez de sintonía con la “raza” – y más importantemente, para darme cuenta de que no tiene nada de malo, así como tampoco lo tendría el caso de alguien amiguero cuyo comportamiento esté condicionado por externalidades positivas. Pero no siempre pensé así, y sobre todo en mi adolescencia media, creía que la única manera correcta de coexistir en sociedad requería mostrar extroversión, amabilidad y autoconciencia a la vez. Era de mi entender que lograr esto te brindaría infinidad de conexiones genuinas, así eximiéndote de volver a sentir alienación de los demás en lo que te restaba de vida. Al final, eso parecía vivir toda persona que percibía como bendecida por este dote social.
Hoy, ya habiéndome dado varias veces la oportunidad de reinventarme, y de asemejar mi imagen a aquel ideal que en mi prepa veía tan inalcanzable, puedo dar testimonio de que es plausible buscar correspondencia humana – pero no forzarla, ni mucho menos verla igualada por la admiración superficial de los demás. Poco sabía yo en aquel entonces del universal terror que conlleva sentirse vulnerable, así como de su estrecha relación con la compatibilidad real, de aquel tipo que demuestra ser inescapable por más que decidas ignorarla en el nombre de tu autoprotección. Mientras escribo esto, se me vienen a la mente escasos – pero existentes ejemplos – de personas con las que quizás valdría la pena bajar la guardia, vaya, desechar mi resistencia y encomendarme a la voluntad de una metafórica ley de polos. Solo, claro, falta amasar el coraje necesario para dejarme ver, y que ellos elijan hacer una apuesta a favor de un vínculo genuino y en contra de sus propias precauciones.
En resumen, estos menesteres son evidentemente complicados. Para todos. Espero haberle hecho justicia a esta muy común lucha, e incitar a la iniciativa en el caso de que sea necesaria para concretar un nexo potencial. Al final, nuestro tiempo es limitado, y siempre resulta sabio utilizarlo con intencionalidad.