A veces, uno se cicla. Por eso, en especial en lo que a escritura se refiere, creo que replantearte tu rumbo constantemente es fundamental para seguir generando ideas sobre las cuáles construir. Va más allá de buscar nuevas experiencias o de consumir contenido diferente, esto se trata de perseguir la falta de confort necesaria para hacerte cambiar, y por ende, tener nuevas cosas valiosas que aportar. Retomando una frase que exploré en este blog con anterioridad… uno no puede escribir sin indirectamente hablar de su vida. Y si dicha vida se encuentra desprovista de shifts internos, lo que proyectes hacia el mundo será todo menos interesante. Creo que de esto último es de lo que he pecado, y si bien no me mortifica, tampoco me entusiasma continuar haciéndolo.
Desarrollemos. Tiendo bastante a meditar sobre mi relación con el mundo que me rodea, y usualmente sólo comparto mis reflexiones con mis seres queridos cercanos, o con mi teclado. Por ende, estoy acostumbrado a recibir estímulos bastante constantes en lo que a su naturaleza se refiere: ya me los sé todos. Soy contraargumentado por mi interlocutor, me quedo pensando, escribo, y dependiendo de mi disposición, termino soltando mi necedad solo después de recurrir a GPT-4 para correcciones de estilo. Estar familiarizado con este ciclo me ha enseñado que las ideas brillantes, junto a los cambios de opinión que usualmente las propician, no vienen de la noche a la mañana. No queda de otra más que disfrutar el proceso, y por entender eso mismo, he mantenido constante mi escritura a pesar de no publicarla. Su temporal privatización se debió a que ideas como “la gente es pendeja”, “mi legado me importa demasiado”, y “me hace falta una buena peda de manera urgente” se observan como patrones demasiado evidentes en mis textos, y fallan en hacer justicia al diálogo dentro mío que propicia crecimiento. Si acaso, representan estancamiento, por más que las maquille con sensatez, matices u oraciones bien hiladas.
Dicho esto, compartiré una de las nociones que más me han interesado en estos días, y que creo que me ayudará bastante en lo que al mediano plazo se refiere: no podemos crecer sin los demás. Y con “los demás” no me refiero a lo obvio, que podría ser interpretado como tu familia o “tu tribu de nación” – más bien, englobo con ello a todo aquel que te topes en la vida. Por poner un ejemplo, la formación de hábitos fuertes, como podría ser el ir a correr todos los días, se facilita muchísimo si tienes unos dos amigos que te esperan en el mismo lugar todas las mañanas. O vayámonos más lejos, y mencionemos que la detonación de incógnitas significativas para nuestro rumbo individual, a veces es originada por interacciones breves con personas que topamos muy poco seguido. A mí, en particular, esto último me ha pasado mucho… incluso con gente que probablemente no volveré a ver en mi vida, y cuyos nombres tengo borrosos. Hemos, entonces, de reconocer la importancia de tratar al de junto como lo que es: un fin en sí mismo. Si queremos planear todo desde un ángulo utilitario, sólo terminaremos peor de lo que empezamos. Bien lo decían los griegos.
Ánimo y saludos.