Me tomaré el atrevimiento de dar un consejo de paternidad al aire: si quieren una educación religiosa para sus hijos, refinen su selección de escuela. La religión bien encauzada hace maravillas, pero por más creyentes que sean, pecarían de ingenuos si ignoran el factor marketing – aquel que maquilla cosas de naturaleza horrenda, y cuyo labial históricamente predilecto responde al nombre de Jesucristo. Dicho embellecedor fue usado, en su momento, para respaldar a la Santa Inquisición, y su poder aún no se desvanece del todo. Seguro… ya no matamos personas (tan) a lo idiota, pero seguimos ignorando el número real de mentes arruinadas dentro de aulas “católicas”, en donde se condiciona el amor al prójimo y la agudeza es sinónimo de pecado. En fin, piénsenle más. Optar por una escuela alineada con sus valores personales es fundamental.
Frecuenté aulas de ese estilo hasta terminar mi secundaria, e irónicamente, me sirvió de mucho para cultivar habilidades que hoy me aventajan de manera enorme como profesionista. Siempre tuve una pulsión por seguir mis propios intereses, y al sentirme tan ajeno de mi entorno… bueno, los seguí sin particular foco en la opinión de los demás. Desde los 10 años, ese es el detalle. Aprendí, ejecuté, refiné, y traduje este ciclo en progreso técnico muy palpable hasta toparme con la universidad. Cabe recalcar que fui apoyado por mis padres durante todo el proceso, producto de ello fue mi cambio a una preparatoria laica y posterior switch de carrera. Iré más allá – si hubiera nacido en una familia “estándar” del entorno catolicoide en el que me tocó crecer, probablemente no estaría escribiendo esto. Tuve la suerte de recibir una formación en casa muy redonda, que me dió herramientas de sobra para cuestionar lo que me rodeaba. Dentro de mi hogar, se entiende al diálogo honesto como signo de crecimiento, sin importar la crudeza del mismo.
Ya tracé con lujo de detalle las condiciones que hicieron plausible mi situación actual. Ahora, pasemos a lo que nos concierne – ¿Qué hacer en la universidad? ¿Cómo abrirte paso en ella para no cagarte del susto al momento de salir?
Primero que nada, no tengo una respuesta definitiva a ninguna de las dos preguntas. Las razones son varias: cada caso es un caso, no sé mucho de la vida, y estoy predispuesto a solo empatizar con gente que vive en condiciones similares a las mías. Pero algo sí puedo decir al respecto, y es que hay que actuar de acuerdo a nuestro momento histórico. Es absolutamente inaceptable basar nuestra elección de carrera en estándares sociales impuestos por gente que nació cuando el cambio climático aún era tema de nicho. Actualmente, los índices GINI están por los suelos, las ingenierías no reditúan como antes, y los títulos “prestigiosos” muchas veces terminan como meros adornos en oficinas decrépitas. A mi juicio, hay dos pasos cero para vislumbrar un buen futuro profesional: saber más o menos qué quieres hacer, y conocer a detalle tu situación socioeconómica. Esto último incluye no solo los ingresos que percibe tu familia, si no su misma historia – pasando por traumas generacionales, renombre adquirido, patrones de comportamiento a evitar o copiar, contactos útiles y capital amasado. Es crucial, pues te pone los pies en la tierra, así previniéndote de darle tu dinero a algún señor con sacos chistosos. De ahí, los pasos a seguir son diferentes en función de las posibilidades vislumbradas. Con temor a sonar preachy o desconectado, diré que considero imperativo nunca quitar el dedo del renglón, sin importar las dificultades. A excepción de situaciones extraordinarias, las historias de gente abandonando sus visiones de vida suelen dejarme con el hubiera en la boca.
Por otra parte, lo de siempre… ride fast live hard, carpe diem, y esas cosas. También se debe experimentar en la adultez temprana. A título personal, espero ya no tener que recordármelo tanto. Feliz 2024.