Se acerca el final del año, y para dar la sensación de full circle, decidí poner en la portada una postal de Savoyeux. “El inicio es el fin y el fin es el inicio” … o algo así. Como sea. Encantadora fotografía, ¿no creen? Ganar en piastras, palpar vacas, morir a los 35… eso fue de la vida de todo aquel que tuvo la terrible fortuna de nacer en tan remoto lugar del Alto Saona. Pequeño detalle: justo frente al edificio de hasta atrás, vivió y murió Charles Thomas en condiciones de vida muy similares a las listadas con anterioridad. Se adornaba en los registros de état civil como “propietario”, lo cual le posicionaba medio peldaño arriba de la mayoría de sus congéneres, pero dicho título importaba poco debido a que lo único detrás de él era una casa cayéndose a pedazos. Su hijo, gracias al cielo, hizo la apuesta increíblemente riesgosa, desesperada e impensable de irse a vivir a una colonia francesa en México. Dejó todo atrás en busca de prosperidad – contemplando, aunque sea vagamente, un futuro donde sus descendientes fueran ajenos a las batallas que le tocó librar.
No les mentiré, he dado demasiadas vueltas a la historia de mis dos apellidos, y creo que se nota. Sin embargo, tampoco pienso disculparme por ser obsesivo con el tema. Arréstenme si quieren. Aunque soy consciente de que no es vitalmente necesaria, veo gran valor en esta práctica, siempre y cuando se pretenda utilizar para construir narrativas personales sólidas basadas en hechos el doble de sólidos. La historia, dicen por ahí, existe para no repetirla… o también para espejearla con acciones inspiradas en sucesos extraordinarios. Mencionar la “aventura mexicana” de los Thomas tiene por intención precisa ejemplificar esto mismo, pues he de confesar que estoy intentando formular una respuesta a una gran pregunta: ¿y ahora qué? Con 20 años recién cumplidos, puedo decir que lo más fundamental de mis aprendizajes se resume en lo siguiente – lo que nos distingue de los animales es nuestra capacidad de construir sobre lo que nos legaron. Ahora bien, he entendido que hacerle justicia conlleva muchísima cautela, pero también una cantidad enorme de confianza. Requiere actuar con absoluto empoderamiento individual, y creo que una buena forma de empezar con el pie derecho es destruyendo toda convención inútil que se identifique como filtrada dentro del carácter propio. Dicha acción con frecuencia equivale a quemar puentes, edificios, ciudades… incluso planetas metafóricos enteros, y tanto su ejecución como sus efectos son todo menos inmediatos. En el caso del cambio enorme propiciado por mi antecesor, estos últimos comenzaron a vislumbrarse a partir de la cuarta generación después de su muerte.
Entonces, por última vez… ¿Y AHORA QUÉ? Bueno, tocará romper o conservar según la naturaleza del material a nuestra disposición, para después construir. Todo el tiempo, me temo, pero la alternativa es vivir como un animalito. Si son de los que también estaban teniendo dificultades con esta pregunta tan esencial, de nada por el acordeón. Suerte.