El poder de las reservas 

"Aunque uno no escriba su vida, siempre está escribiendo de ella" - Luisgé Martín

Detrás del propósito utilitario de esta sección, refiriéndome al de compartir ideas para eventualmente integrarlas a algo más grande, hay algo innegable. 

En el fondo, como todo ser humano en pleno uso de sus facultades mentales, quiero ser visto. Admito que estoy hecho de carne y hueso (¡sorpresa!), y con una prudente pizca de vulnerabilidad, continuaré afirmando que mi paso por esta página estaría incompleto si no llegara a por lo menos esbozar una ventana hacia mi mundo interior. Por ello, en esta ocasión pienso hacer las cosas de manera un poco diferente, y dejarme de formalidades atendiendo a las sabias palabras de Luisgé Martín. 

Pasa y resulta que me cuesta ser abierto. No pienso entrar en demasiados detalles, pero ya que este texto tratará de reservas, debo tocar la superficie del porqué.

El camino que me ha tocado recorrer, turbulento como el de cualquier joven adulto y sencillo como el de cualquier estudiante sin responsabilidades ulteriores, me ha llevado a sacar varias conclusiones acerca de mi carácter, y la manera en la que éste puede sabotear o abonar a mis objetivos. He dado con dos nociones principales – la primera siendo que los demás parecen percibirme como alguien poco convencional en muchos sentidos, y la segunda es un poco más complicada de resumir. He trabajado en ella haciendo una considerable retrospectiva, la cual terminó permitiéndome reconocer algo que hasta la fecha me ayuda a explicarme muchas cosas: durante mi adolescencia, entendida hasta el cumplimiento de mis 18, muchas de mis virtudes no salían a relucir por la manera que tenía de presentarme ante el mundo. Marcada tanto por geniales momentos con amigos como por mi primera reinvención personal, la preparatoria la viví muy bien, pero su recuerdo tiene una muy fea mancha en cuya superficie se observan toneladas de inseguridades y una criminal falta de acción. Entonces, este segundo punto se podría condensar en que tengo las herramientas suficientes para dejar huella en algún lugar, pero tiendo a ser reticente al elegir la mejor manera de hacerlo – y eso al final me termina privando no sólo de reconocimiento externo superficial, sino también de conexiones personales valiosas. 

Ahora que estoy en la universidad, no puedo decir realmente que mi lenta elección de método sea producto de ansiedad social o repetidos cuestionamientos internos, como lo fue en mi época de mala cabellera y skinny jeans feamente doblados. En el presente, desenvolverme de forma exitosa ha implicado asumir la existencia de todo con lo que no estoy de acuerdo. Eso requirió alcanzar la paz con mis reservas, que podrían ser definidas como algunos de los (muchísimos) dealbreakers programados en mi mente a la hora de ponderar a un externo como alguien competente, o como un buen prospecto de amigo. Prometí ser honesto, entonces lo seré – el criterio que utilizaba al principio era estricto, muchas veces irracional, sumamente selectivo y bastante prejuicioso. Evidentemente esto no me duró mucho, pues el someter gente igual o menos imperfecta que tú a una guillotina ideológica, todo mientras vociferas desde un imponente estrado que no te has ganado, es y siempre será una categórica taradez. Darme cuenta de ello me hizo optar por no prestar atención a molestias nimias que fallan en hacerle justicia a la esencia de alguien, pero esto no trajo consigo el olvidar lo que guio esos no tan encantadores sistemas de evaluación: mis principios. 

Con respecto a quién sea que esté leyendo esto, dos cosas.

  • Lo interesante está en el conflicto. La danza entre opiniones distintas ha mantenido viva a la humanidad por muchísimo tiempo, y es deseable que poseas tus propios puntos de vista acerca de todo. Ir con la corriente es ceder ante el interés de alguien que no te contempla entre sus más importantes objetivos: si no te ocupas de construir tu propio sistema de valores, ten por seguro que alguien lo hará por ti sin que te des cuenta.

  • Eventualmente te enojarás, pues la realidad es indignante, pero es inadmisible dejar que ese sentimiento se infiltre en la forma que tratas a los demás. Si tu monólogo interno comienza a menospreciar al pobre sujeto que acaba de dar su opinión delante tuyo, tararea una canción. Es en serio.

Después de haber abandonado mi rol de juez nefasto, las cosas se han tornado muchísimo más fáciles. Tengo mucho trabajo por hacer, pues soy un muy ávido sobrepensador, así como un cobarde de medio tiempo a la hora de abrirme con los demás. Sin embargo, vislumbro un camino agradable delante mío, y espero que tú también lo hagas… excepto si eres el repartidor de Uber que se robó mi hamburguesa hace año y medio.

Au revoir!