Quiero empezar con un ejemplo que podría caer en la controversia, pero cuya validez me parece evidente: las palabras “whitexican” y “mamón” sirven para lo mismo. Por ello, siempre he estado bastante reacio a utilizarlas. No me he comprado que el racismo a la inversa existe, pero sí me he dado cuenta de que parecen cumplir la función de recipientes amorfos, de molde adaptable a todo aquel que desentone con lo que crees que debería de ser una persona “accesible” – en otras palabras, son una herramienta para lidiar con complejos, válidos, pero también superables. Quién sea que les adjudique un poder legítimo de cambio social, debe de leer un libro o internarse en un manicomio. En fin… elijo mencionar estas palabras para llegar a más gente, pues el consenso general percibe a su naturaleza burlona como aceptable, en especial cuando es comparada con aquella observada en escupitajos hacia abajo. Ahora, hay un punto ahí, y el desbalance actual de las dinámicas de poder entre clases da para explicarlo de sobra. No pretendo juzgar a quienes las utilicen, o desarrollar las razones detrás de la triste precariedad del tejido social actual. Considero preferible centrar el foco en llamar tanto al análisis imparcial del entorno que nos rodea, como a la búsqueda constante de conexiones significativas.
Hacerlo, pasa y resulta, exige que dejemos de comportarnos como maquinitas de división social. Puedo comprender la dificultad de esto, pues no conforme con estar condicionados por un algoritmo que no hace otra cosa más que validar nuestros sesgos, también tendemos al tribalismo por naturaleza. Los prejuicios comienzan con los padres, y continúan con las opiniones de personas que se perfilan como nuestros “similares” mientras crecemos. Entonces… primero que nada, quiero asegurar que muchas de estas nociones preconcebidas quizás tengan algo de validez. No me entusiasma recetar apertura irracional, ni mucho menos recomendar el “fluir” por la vida como si encontrar compatibilidad con todos fuera algo realista. El chiste, a mi juicio, está en mantener tus muy respetables barreras en constante cuestionamiento, pues no podemos hablar de la condición humana sin mencionar el cambio. Por poner un ejemplo, he caído en cuenta del muy común error que supone construir una brújula social utilizando valores que observamos en nuestros primeros amigos. Me explico: excluyendo casos específicos, una considerable porción de la gente que viste pasar de la infancia a la pubertad, y de la pubertad a la (semi) adultez, termina yéndose por caminos sumamente diferentes al tuyo. Sin embargo, como en su momento representaron familiaridad, a veces puedes encontrarte guiando tus elecciones de amistad en base a criterios anacrónicos, inspirados en gente con la que ya no tienes absolutamente nada en común.
Tengo 19 años y demasiadas cosas que aprender, pero puedo dar constancia de infinitas subidas y caídas experimentadas por personas que me han rodeado a lo largo mi vida. He tomado nota de cómo los tiempos cambian, y de la manera en que el estatus de la gente fluctúa de forma proporcional a su capacidad de reinvención. Por ello, mis esfuerzos han sido depositados en encontrar maneras de mantener mis criterios actualizados – y a pesar de los inevitables tropiezos presentes en el camino, puedo decir con seguridad que esto me ha ayudado a encontrar compañía en los lugares correctos. La unión entre semejantes es complicada, tardada y frustrante, pero el precio a pagar es menor al facturado por la soledad en multitud.