Soledad con causa

“Hay épocas en las que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan juntos; el uno angustiado ante la intuición, el otro mofándose de la abstracción” - Nietzsche

Nuestro entorno nos hace. La cuestión es que nunca elegimos en qué lugar nacer – y he ahí el génesis de muchas cosas. Me atrevería a decir, que es uno de los principales detonadores de lo que denominaría como una sensación de nado contracorriente, de aquel tipo que no tarda en hacerse presente cada que se intenta tomar un rol activo en el diseño de la vida propia. El llevarlo a cabo exige un mínimo de trabajo interno que en la actualidad resulta complicadísimo de hacer, pues requiere, de cajón, una reevaluación de los valores que te enseñaron de niño. Seguro: algunos deben de lidiar primero con creencias nefastísimas producto de una crianza deficiente, mientras que otros se pueden dar el lujo de escribir babosadas en una página fondeada por sus (muy buenos) padres. Me declaro culpable de lo último, reconociendo la naturaleza desigual del mundo, pero haciendo énfasis en la universal dificultad que conlleva construir algo meritorio erigido sobre tu propia definición de éxito.

Si bien aún no he hecho nada grande de mi vida, creo que he aprendido algunas cosas sobre lo que conlleva seguir tu propio camino. Y por ello, me dispondré a compartir brevemente uno de los principales componentes que contribuyen a comenzar con el pie derecho: pasar tiempo contigo mismo. Primero que nada, comenzaré en un terreno seguro, abordando los aspectos positivos que sé perfectamente que tiene – estos siendo la genial liberación de expectativas externas irrelevantes, el refinamiento natural del monólogo interno, y el desarrollo de habilidades que, si te dejaras llevar por un deseo ciego de compañía, verías como imposibles de adquirir. Suena excelente, y lo es hasta cierto punto, pero me temo que la parte preachy de este artículo se queda ahí. Lo que leerán de ahora en adelante son puras advertencias, las letras chiquitas al pie de este consejo aparentemente pragmático que deben ser leídas si se pretende evitar efectos colaterales.

Pasa y resulta que hablo desde la experiencia, pues si bien puedo decir que me asumo como orgulloso beneficiario de mi propia solitud, he de admitir que no tengo las cosas completamente balanceadas. Para explicar esto sin compartir demasiado, me basta con aseverar que la falta de compañía no es mala por sí misma, pero tampoco un ideal a seguir. 

Con el expreso propósito de conectarme con quién soy para eventualmente proyectar al mundo una imagen de mayores matices, mi accionar se moldeó a inconscientemente esperar mi compleción de cierto nivel de crecimiento personal, así retrasando el necesario proceso de acercarme a personas interesantes sin pensar las cosas demasiado. No puedo decir que me haya aislado por completo, pues nunca he sido así, pero digamos que por un momento me olvidé de que soy humano, y que nada humano me es ajeno. No somos máquinas cuya gráfica de refinación corresponda a una diagonal casualmente interrumpida por llanuras de pausa, más bien, nuestro lugar en el plano cartesiano está en una función irregular que pasa por los cuatro cuadrantes, y cuya linealidad se beneficia tanto de la interacción de los otros como del autocuestionamiento constante.

Sigo encontrando necesario el hacer énfasis en no buscar la compañía como fin en sí mismo, pues a falta de mejores palabras y citando a mis papás, lo pendejo se pega. La construcción de una vida bajo términos propios exige el cuidar de tu mundo interno como si de un templo se tratase, y en la gran escala de las cosas, el acercamiento saludable con el otro debe de involucrar un deseo genuino de conexión y una admiración profunda, cuestiones difícilmente divorciables de tu visión de vida. Trato de guiarme bajo estos principios sin enamorarme del idealismo de mis palabras, así como procuro no menospreciar la cotidiana small talk, a menudo acompañada de gratas sorpresas. Publicar esto parte desde la honesta intención de delimitar aquellas responsabilidades que todos tenemos para con nosotros mismos, sin pecar de racionalistas al olvidar nuestra muy valiosa humanidad.